A veces pensamos que ayudar a las personas con discapacidad significa dar algo, pero la verdadera ayuda está en abrir puertas para que puedan mostrar lo que ya tienen: talento, disciplina y sueños. No se trata de “dar”, sino de no quitar. De eliminar los obstáculos que impiden que las personas brillen por mérito propio.
Un ejemplo claro de esto es la historia de Amalia Pérez, una mujer mexicana que ha demostrado que la fuerza no solo se mide en kilos, sino en voluntad.
Amalia nació con una discapacidad motriz congénita. Desde pequeña, escuchó frases que intentaban limitarla: “no podrás hacerlo”, “no es para ti”, “es demasiado difícil”. Pero lo que para otros eran límites, para ella se convirtieron en impulso.
Comenzó a entrenar levantamiento de potencia, un deporte donde la fuerza y la técnica son todo. Al principio no tenía instalaciones accesibles, ni apoyo económico, ni reconocimiento. Entrenaba en condiciones precarias, muchas veces en gimnasios que no estaban adaptados. Pero siguió.
Y hoy, Amalia Pérez es seis veces medallista paralímpica, con cuatro oros y dos platas, representando a México en competencias internacionales desde Sídney 2000 hasta Tokio 2020.
Su historia va más allá del deporte.
Amalia ha dicho en entrevistas que lo que más la motivó no fue ganar, sino demostrar que una persona con discapacidad no necesita compasión, necesita oportunidades. Que cuando alguien cree en ti —un entrenador, una escuela, una institución—, la vida cambia.
Y ese es el mensaje que debemos llevar:
Las personas con discapacidad no necesitan que las admiremos, sino que las incluyamos.
Necesitan accesibilidad, apoyo, educación, empleo, y sobre todo, confianza.
Necesitan que la sociedad deje de verlas como inspiración y empiece a verlas como personas con derecho a desarrollarse plenamente.
Cuando apoyas un proyecto, contratas a una persona con discapacidad o adaptas un espacio, no haces un favor, haces justicia.
Ayudar es dar voz, visibilidad y oportunidades reales. Es dejar de hablar por y empezar a hablar con.
Amalia Pérez logró levantar más que pesas: levantó la mirada de todo un país hacia lo que sí se puede cuando hay apoyo y respeto.
Su ejemplo nos recuerda que la inclusión no es un discurso bonito para un día al año, sino una tarea diaria que empieza en cada uno de nosotros.
Cómo puedes ayudar desde tu entorno
Si trabajas en una empresa, impulsa la contratación inclusiva.
Si eres docente, adapta tus materiales y fomenta la participación de todos.
Si eres estudiante, incluye a tus compañeros con discapacidad en tus equipos.
Si eres ciudadano, exige accesibilidad en espacios públicos.
Y si eres parte de una comunidad, comparte historias como la de Amalia: historias que inspiran acción, no lástima.
Reflexión final
Ayudar no siempre es dar dinero o tiempo, a veces es simplemente creer.
Creer que cada persona tiene algo que aportar, que la inclusión no es un lujo, y que cuando abrimos una puerta, no solo ayudamos a alguien más: ayudamos a la sociedad entera a avanzar.
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