sábado, 1 de noviembre de 2025

Rompe el silencio, abre los ojos: la inclusión empieza contigo

Vivimos en un mundo lleno de voces, pero no todas son escuchadas. Miles de personas con discapacidad siguen enfrentando un muro de silencio, indiferencia y falta de empatía. No es la discapacidad la que las limita, sino una sociedad que aún no entiende que la verdadera inclusión no se trata de ayudar “a otros”, sino de caminar juntos.

Nos gusta decir que somos empáticos, que “todos somos iguales”, que “no discriminamos”, pero la realidad se nota en los detalles. Se nota en la rampa que nunca se construyó, en la mirada que evita cruzarse, en el aula donde no hay intérprete, en la empresa que dice “aquí no podemos contratarte”, en los espacios públicos donde el diseño olvida que la accesibilidad no es un lujo, es un derecho.


Hablar de inclusión no es solo publicar una frase bonita o un hashtag. Es mirar alrededor y reconocer lo invisible: los prejuicios, el miedo, el desinterés. Es aceptar que muchas veces no hemos sido parte de la solución, sino del problema, y decidir cambiarlo.

La discapacidad no es una historia de inspiración ni de lástima. Es parte de la diversidad humana. Hay personas que corren, otras que ruedan, algunas que escuchan con los ojos o hablan con las manos, pero todas comparten lo mismo: el deseo de ser vistas, escuchadas y tratadas con dignidad.

Y ahí entra lo más importante: la empatía activa.
No basta con decir “qué triste”, “qué admirable” o “pobrecito”. La empatía verdadera no se queda en sentir, se traduce en hacer.
En abrir espacios, en cuestionar lo que está mal, en exigir accesibilidad, en hablar con respeto, en crear oportunidades.
La inclusión no llega sola, se construye con cada decisión diaria: elegir palabras que no hieran, escuchar antes de asumir, mirar sin miedo, actuar sin excusas.

Todos tenemos poder para generar un cambio.
Si eres estudiante, puedes incluir a tus compañeros con discapacidad en tus proyectos y aprender de sus experiencias.
Si trabajas, puedes pedir que tu empresa sea accesible y diversa.
Si eres docente, puedes adaptar materiales para que todos aprendan.
Si simplemente caminas por la calle, puedes ceder el paso, no ocupar lugares reservados, y sobre todo, respetar sin condiciones.

La inclusión no empieza en las leyes ni en las instituciones, empieza en la mirada.
En cómo decidimos ver al otro: como alguien inferior, o como alguien igual.
Y cuando cambiamos esa mirada, el mundo empieza a abrirse.

Así que hoy, rompe el silencio.
Habla de discapacidad sin miedo, sin tabúes, sin compasión disfrazada.
Escucha las voces que no siempre suenan, pero que tienen mucho que decir.
Porque la inclusión no es un favor, es una responsabilidad compartida.
Y si logramos que más personas entiendan eso, estaremos un paso más cerca de una sociedad donde nadie tenga que pedir permiso para ser parte.


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