jueves, 6 de noviembre de 2025

HACIA UNA CULTURA DE INCLUSIÓN

 

imagen 1: se muestran tres personas en un área de trabajo compartiendo y resolviendo un problema.

En pleno siglo XXI, hablar de discapacidad es hablar de diversidad, derechos humanos y justicia social. La forma en que una sociedad trata a las personas con discapacidad refleja su nivel de desarrollo y empatía. Durante mucho tiempo, este tema se abordó desde una mirada médica o asistencialista, centrada en la “limitación” del individuo. Hoy, gracias a la evolución de los derechos humanos y a una mayor conciencia colectiva, la discapacidad se entiende como el resultado de la interacción entre las personas y un entorno que puede incluirlas o excluirlas. Además existen muchas herramientas para comprender la discapacidad, ser empáticos como sociedad y no quedarnos callados.

Construir una cultura de inclusión implica cambiar no solo nuestras leyes, sino también nuestro lenguaje, nuestras imágenes, nuestras actitudes y la manera en que concebimos la participación social. No se trata de “ayudar” a las personas con discapacidad, sino de garantizar igualdad de oportunidades, accesibilidad y respeto en todos los ámbitos: educativo, laboral, urbano y digital. Busco reflexionar sobre cómo, desde lo cotidiano, podemos contribuir a derribar las barreras visibles e invisibles que aún persisten, para avanzar hacia una sociedad verdaderamente incluyente, donde todas las personas puedan vivir con autonomía, dignidad y libertad. Para llegar a este punto usaremos una guía de “puebla incluyente” que nos ayudará a usar un lenguaje no discriminatorio para personas con discapacidad, dedicado a todas las personas. 




Imagen 2: portada del manual “puebla incluyente” dedicado a todas las personas.

El poder del lenguaje

El lenguaje moldea nuestra forma de ver el mundo. En México, aún se escuchan expresiones como “minusválido”, “invalido” o “pobrecito”, que refuerzan una idea de inferioridad o lástima. Estas palabras no solo son inadecuadas, sino que perpetúan una cultura de discriminación. El término correcto es persona con discapacidad, porque reconoce ante todo la condición humana y no reduce a nadie a una característica.

También es importante evitar los diminutivos (“el cieguito”, “el sordito”) o frases como “padece” o “sufre discapacidad”. En lugar de fomentar la compasión, debemos promover respeto, igualdad y participación. Cada palabra cuenta. Nombrar correctamente es el primer paso para transformar la mirada colectiva y fomentar una cultura de inclusión.

Imágenes que construyen o destruyen

Las imágenes en medios y campañas sociales también juegan un papel clave. Tradicionalmente, se han usado fotografías que reflejan dolor, dependencia o dramatismo: personas en sillas de ruedas con mantas, rostros tristes o escenas hospitalarias. Sin embargo, una sociedad incluyente debe mostrar vida cotidiana, autonomía y diversidad.

Ver a una persona con discapacidad trabajando, estudiando, riendo o conviviendo rompe estereotipos y promueve la empatía real. Las imágenes deben mostrar entornos accesibles y destacar los logros sociales, no las carencias.


Inclusión: un compromiso compartido

Incluir no es un acto de caridad, sino de justicia y corresponsabilidad social. La diversidad humana enriquece a la sociedad, y negar el acceso o participación plena convierte la diferencia en desigualdad.

Esto implica eliminar barreras arquitectónicas, tecnológicas y actitudinales; promover la educación inclusiva; fomentar la accesibilidad en medios digitales; y reconocer la autonomía de todas las personas.

Como señala el documento del SMDIF Puebla, “la diversidad enriquece, lo discriminatorio reside en la valoración desigual de las diferencias”.



imagen 3: se muestra una persona en silla de ruedas paseando a su perro por una rampa con barandal y correctamente hecha.


Hoy, la conversación sobre discapacidad ya no gira en torno a “ayudar” sino a reconocer derechos y eliminar barreras. El futuro de la inclusión depende de cómo pensemos, hablemos y actuemos.
La meta no es que las personas con discapacidad se adapten a la sociedad, sino que la sociedad se adapte a todas las personas.

Construir una cultura de inclusión empieza con algo tan simple, y tan poderoso, como cambiar nuestras palabras, nuestras imágenes y nuestras actitudes.


Esta guía es solo una pequeña pero valiosa herramienta para iniciar un cambio profundo. Nos invita a informarnos, reflexionar y actuar con conciencia sobre cómo tratamos y nos relacionamos con todas las personas. Cada palabra, cada gesto y cada decisión cotidiana puede marcar la diferencia entre excluir o incluir. Por eso, este es un llamado a usar el lenguaje con respeto, reconocer la diversidad humana y construir juntos una sociedad más justa, empática e incluyente, donde todas las personas sean valoradas por igual.



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