sábado, 6 de diciembre de 2025

Reflexión sobre “Con todas nuestras fuerzas”: discapacidad, vínculos y lo que el cine suele ocultar

 


Imagen 1: se muestra a un padre sosteniendo a su hijo después de acabar una carrera


La película “Con todas nuestras fuerzas”, dirigida por Nils Tavernier, narra el reencuentro emocional entre Paul y su hijo Julien, un joven con parálisis física que ha vivido prácticamente al margen de su padre durante años. Tras quedarse sin empleo, Paul regresa a casa y se ve obligado a enfrentar la verdad incómoda que había evitado: su propio miedo, su vergüenza y su incapacidad para relacionarse con su hijo. El filme usa esta distancia inicial para llevarnos hacia el gran motor narrativo: el triatlón Ironman, una prueba que Julien desea hacer junto a su padre para demostrarse, y demostrarle, que su vida no está limitada por su discapacidad. Desde el inicio, la película se construye para conmover, con imágenes dulces, paisajes idealizados y una música cuidadosamente pensada para despertar emociones. Y funciona. Pero esta misma estructura abre un debate necesario.

La discapacidad como herramienta narrativa

Aunque Julien está maravillosamente interpretado por Fabien Héraud, la película inevitablemente cae en el patrón típico del cine sobre discapacidad: convertir la condición del protagonista en un catalizador para el crecimiento del personaje sin discapacidad. La discapacidad aparece más como un impulso dramático que como un tema tratado con profundidad. Es decir, la historia no gira realmente en torno a Julien, sino alrededor del efecto que Julien causa en su padre. Esto no invalida la historia, pero sí invita a reflexionar. ¿Por qué el cine todavía insiste en contar historias sobre discapacidad desde la mirada de quienes rodean a la persona discapacitada y no desde su experiencia directa? ¿Por qué la superación personal sigue siendo el eje y no la vida cotidiana, compleja y rica, de quienes viven con una condición física o sensorial?

El Ironman como metáfora… y sus límites

El triatlón funciona como símbolo de fuerza de voluntad, reconciliación y empuje emocional. Julien quiere demostrar que puede. Paul quiere demostrar que todavía tiene algo que ofrecer. Y ambos buscan sanar una relación rota. La metáfora es poderosa, pero también simplifica el proceso real de inclusión. No todas las historias de discapacidad necesitan una “gran hazaña” para ser valiosas. No todas las personas con discapacidad deben convertirse en ejemplos de superación para ser reconocidas. Y, sobre todo, no se necesita un reto extremo para mostrar que la dignidad de una persona no depende de su capacidad física. Uno de los puntos más criticables del filme es que su final feliz sugiere que la participación en la carrera resuelve mágicamente todos los problemas familiares. Pero ¿qué pasa después del Ironman? ¿Qué ocurre cuando vuelven a casa, a la rutina, a las barreras reales que la película menciona solo de manera superficial? Ahí es donde la historia se vuelve menos realista.


Lo que el cine sigue sin mostrar

La película toca algunos aspectos de la vida con discapacidad, como la movilidad limitada, la dependencia parcial o el deseo de autonomía. Sin embargo, deja fuera temas fundamentales que también forman parte de la realidad: la educación inclusiva, la discriminación estructural, la construcción de un proyecto de vida independiente, la sexualidad, la toma de decisiones o la relación social con un entorno que todavía infantiliza a las personas con discapacidad. La cinta prefiere enfocarse en la ternura y en la superación deportiva antes que en profundizar en estos elementos. Por eso, aunque emociona, también se siente limitada. El espectador termina con la impresión de que la discapacidad existe para generar compasión o admiración, y no como una forma de existencia plena, compleja y valiosa por sí misma.




Imagen 2: se muestra a julien y Paul sonriendo disfrutando del inicio de la aventura, en una bicicleta con cascos, y detrás el público aplaudiendo

Lo realmente valioso del filme

A pesar de todo lo anterior, la película tiene momentos honestos y auténticos. La química entre Jacques Gamblin y Fabien Héraud es natural, creíble y cálida. No se sienten impostados los silencios, las frustraciones, las pequeñas victorias cotidianas. Es ahí donde la película se sostiene: en los gestos, en la mirada sincera, en el vínculo que ambos actores logran construir. Y esto, más que la carrera, más que la metáfora, es lo que humaniza verdaderamente a los personajes. Julien no es “el discapacitado inspirador”. Es un adolescente con deseos, carácter, enfado, humor y voluntad. Una persona, no un símbolo. Y eso es lo mejor que la cinta ofrece.


Al final, “Con todas nuestras fuerzas” es emotiva y entretenida, pero también representa esa tendencia del cine a simplificar la discapacidad en historias de superación y reconciliación. El filme funciona como punto de partida, pero no como retrato completo. Nos invita a pensar que la inclusión no ocurre en un evento épico, sino en la vida diaria, en las decisiones pequeñas, en el respeto y en la eliminación de barreras que rara vez se muestran en pantalla. La verdadera fuerza de una persona con discapacidad no está en correr un Ironman. Está en vivir plenamente en un mundo que todavía no termina de adaptarse a todas las formas de existir.









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