martes, 16 de diciembre de 2025

Cuando el descanso también es un acto de cuidado

 

Imagen 1. Una familia celebra Navidad en un ambiente acogedor e inclusivo; una persona en silla de ruedas comparte un momento tranquilo junto al árbol, resaltando unión, calidez y accesibilidad.

Cada diciembre, cuando las luces empiezan a aparecer en las calles y los calendarios se llenan de compromisos, surge la sensación de que el año está por cerrarse y, con él, todas las tensiones que fuimos acumulando sin darnos cuenta. La Navidad suele ser presentada como un tiempo de encuentro familiar, de celebración y abundancia. Pero, para muchas personas, especialmente aquellas que viven con una discapacidad o cuidan de alguien que la tiene, esta temporada toca fibras más profundas: la fatiga, la necesidad de apoyo, la búsqueda de espacios seguros y el deseo de pertenecer sin tener que justificar la propia existencia.

En medio de esa complejidad, descansar también se vuelve un acto de resistencia.

La Navidad desde otras miradas

Aunque a menudo se imagina la Navidad como un momento mágico, pocas veces se habla de lo que sucede detrás de las fotografías familiares y las mesas bien servidas. Para las personas con discapacidad, las fiestas pueden significar cosas muy distintas: desde la alegría genuina de convivir, hasta la ansiedad por enfrentar entornos poco accesibles, comentarios incómodos, expectativas ajenas o dinámicas familiares que no siempre consideran las necesidades individuales.

También están quienes cuidan: madres, padres, hermanas, amigos o acompañantes que dedican su energía física y emocional durante todo el año. Para ellas y ellos, llega diciembre y, en lugar de descansar, la presión aumenta. Hay más eventos, más movimiento, más responsabilidades. A veces, sin siquiera espacio para respirar.

Por eso, detenernos a reflexionar sobre lo que implica esta temporada para todas las personas —con y sin discapacidad— es un acto de empatía que transforma.

Familia: un espacio de amor, pero también de aprendizaje

La familia suele ser el primer lugar donde se aprende a amar, pero también donde se aprende, sin querer, a excluir. La Navidad hace evidente esto: es un periodo donde la convivencia se intensifica y donde las diferencias pueden sentirse más presentes.

Una familia verdaderamente inclusiva es aquella que reconoce que cada integrante vive el mundo a su propio ritmo. Que la accesibilidad no es un favor, sino un derecho. Que el silencio también es comunicación. Que pedir ayuda no es signo de debilidad. Que quedarse en casa para no exponerse a un espacio hostil no es falta de ánimo, sino autocuidado.

Durante las fiestas, los gestos más pequeños pueden convertirse en puentes: elegir un lugar accesible, preguntar qué necesita la otra persona, respetar los límites, no presionar para “convivir más” cuando el cuerpo o la mente piden pausa. Celebrar no significa necesariamente tener ruido, movimiento o actividades constantes; celebrar también puede ser acompañar desde la calma, desde lo sencillo, desde lo auténtico.

El descanso como necesidad y no como premio

Vivimos en una cultura que romantiza la productividad, incluso en época navideña. Todo debe estar hecho, decorado, planeado y compartido. Pero esa mirada olvida que nuestros cuerpos y emociones también necesitan detenerse. Para las personas con discapacidad, el descanso no es un “extra”: es parte fundamental para vivir con dignidad. Y para las personas cuidadoras, es literalmente una forma de sostener la vida.

El descanso permite apagar el ruido del mundo y escuchar lo que realmente importa. Nos ayuda a sanar, a ordenar lo que sentimos, a recuperar energía. Descansar es recordar que no somos máquinas; que no tenemos que demostrar nada para merecer una pausa.

Y, quizá, una de las reflexiones más valiosas de esta temporada es que el descanso también es una forma de amor propio.

La Navidad como un recordatorio: nadie debería sentirse solo

Imagen 2. Casa decorada de navidad. 

Las fiestas pueden ser especialmente difíciles para quienes viven discriminación, barreras o aislamiento social. La discapacidad, en sociedades poco empáticas, a veces empuja a las personas a espacios de soledad no elegida. Por eso, diciembre nos invita a mirar más allá de nuestra propia mesa y pensar en quienes no tienen redes de apoyo, en quienes han sido excluidos, en quienes no encuentran un lugar cómodo dentro de la celebración tradicional.

La Navidad puede convertirse, entonces, en una oportunidad para construir comunidad: visitar a alguien, incluirlo en una cena, invitarlo a un plan sencillo, enviar un mensaje, preguntar cómo se siente. Un gesto puede cambiar cómo alguien experimenta estas fechas.

Un cierre para respirar

Este fin de año, más que propósitos, tal vez necesitamos permiso: permiso para descansar, para pedir ayuda, para decir “hasta aquí”, para disfrutar a nuestro ritmo, para vivir la Navidad sin expectativas ajenas, para reconstruir la idea de familia desde el cariño y la aceptación.

La discapacidad nos recuerda que el mundo es diverso y que nuestros modos de transitarlo también lo son. La familia nos enseña que el amor requiere esfuerzo, escucha y paciencia. Y el descanso nos devuelve a nosotras y nosotros mismos.

Que estas fiestas encuentren a cada persona donde necesita estar: en compañía o en silencio, en celebración o en pausa, en movimiento o en quietud. Pero, sobre todo, que nos encuentren con la certeza de que merecemos descansar y ser cuidados.

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