Vivimos en un mundo lleno de voces, pero no todas son escuchadas. Miles de personas con discapacidad siguen enfrentando un muro de silencio, indiferencia y falta de empatía. No es la discapacidad la que las limita, sino una sociedad que aún no entiende que la verdadera inclusión no se trata de ayudar “a otros”, sino de caminar juntos.
Nos gusta decir que somos empáticos, que “todos somos iguales”, que “no discriminamos”, pero la realidad se nota en los detalles. Se nota en la rampa que nunca se construyó, en la mirada que evita cruzarse, en el aula donde no hay intérprete, en la empresa que dice “aquí no podemos contratarte”, en los espacios públicos donde el diseño olvida que la accesibilidad no es un lujo, es un derecho.